martes, enero 30, 2007

Lugar


En las décadas finales del siglo XVIII, probablemente como uno de los giros expresivos de esa nueva corriente que la crítica del arte dio en llamar Romanticismo, surgió lo que se podría denominar “cartografía sentimental”, la cual se puso rápidamente à la mode.


La ilustración que encabeza esto es uno de los más exquisitos ejemplos. Publicada en Leipzig en 1777 por Johann Gottlob Immanuel Breitkopf (la traducción del nombre y apellido de este señor ya es de por sí significativa) con el título de Das Reich der Liebe (El Imperio del Amor), describe cómo los peregrinos pueden atravesar distintos territorios, cada uno de los cuales está referido a una toponimia amorosa (venturosa o siniestra), hasta llegar a, por ejemplo, Quell der Freuden o a Fluss der Wünsche (Vertiente del Gozo o Fuente del Deseo).


La famosa novela epistolar de Goethe Los padecimientos del joven Werther, publicada en 1774 ya es citada aquí bajo la forma de Werthershain (La floresta de Werther), donde se percibe el influjo de las letras contemporáneas en la creación de un imaginario amoroso-espacial. Casi puedo ver la sonrisa de Roland Barthes fisgoneando entre las germánicas denominaciones de esta cartografía de ensueño.


Entonces: por más evanescente y esquiva que sea su caracterización, o tal vez precisamente por eso, el amor deviene un lugar. Diríamos que, como cualquier inclinación humana, el sentimiento amoroso obliga a representaciones espaciales para su mejor entendimiento. Es imprescindible ver límites entre la Tierra de la Lujuria y la Tierra del Amor Afortunado para poder dirigirse del Valle de la Enfermedad a la localidad del Amor Verdadero.


Un lugar: eso es justo lo que no es un sentimiento. Y sin embargo persistimos en dejar al resguardo de la crítica frases como “siempre te llevaré en un lugar de mi corazón”. El origen de lo absurdo de esta afirmación podemos descubrirlo en la comodidad de la mente que funciona, como una máquina perezosa, recorriendo la noria de lo siempre ya dicho.


Esto es: la analogía como fundamento instrumental de innumerables series de disparates, que en este caso se tornan simpáticos. Y en otros, monstruosos.


La cartografía en general, y ésta en particular, y muy a pesar de los deliciosos servicios que nos brinda filantrópicamente (o económicamente, no seamos ingenuos) es, sin dudas, completamente delirante.




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