miércoles, agosto 01, 2007

I’d rather be unconscious




En esa sala penumbrosa donde se chocan los habitantes desesperados de la memoria, vuelven a cruzarse el santo bebedor y el automovilista inmóvil. Se reconocen solamente por la mirada: ambos disfrutan ocultando en brillos disparatados la laxitud, la desconfianza, la opacidad del ardor que los consume.

Al principio se cruzan, oblicuos y distantes, casi rozándose pero aún en el territorio confuso del olfateo visual, del roce concupiscente de las dilaciones que ya se perciben como la inminencia de la fraternidad.

Van y vienen, se esfuman, se entremezclan con la chica de vestido marrón, con el pibe de cara de conejo; borronean sus contornos, adquieren voces de utilería, se peinan, insomnes, los pelos grasosos, no lavados desde hace décadas, se ponen mutuamente colirio en lugares equivocados del cuerpo. Chocan con objetos que hasta hace un instante no existían en este mundo irreal, por ejemplo ese automóvil chulo que ahora aparece, avanzando a toda velocidad, y frena a milímetros del pubis del viejo que vende Chuenga. Todos ellos, objetos y personas, se amigan sólo con el concurso de los años, cuando las friegas hemipléjicas se transforman en reconocimiento de arco voltaico, en manzanos que florecen abigarrados en los sobacos de las mujeres barbudas del circo.

Es el turno, entonces, del santo bebedor y del automovilista inmóvil.




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