lunes, junio 09, 2008

Escenas de un nuevo viaje al más allá



Sentados en la confitería del aeropuerto internacional Comodoro Arturo Merino Benítez, me mira con ojos velados, extáticos, ausentes. Me dice: vos no deberías estar acá. Se tapa la cara con las manos y llora. No, claro, es lo único que puedo responder. El llanto cesa instantáneamente, y ya vuelve a ser un hombre distante, con barba desprolija de tres meses, aturdido, frágil, que sólo quiere que le compren algo para comer.

Entre las montañas, visto un lago color magenta, como una escenografía inconcebible.

En el metro de la ciudad siniestra, familiar, desviada, como si hubiera salido de una pesadilla amable, con un bolso vacío en la mano, rodeado de una nueva especie de seres humanos que parecen haber nacido con un teléfono celular adosado al oído, pienso. ¿En qué puedo pensar en ese estado? Sólo puedo pensar en seguir pensando, hasta que me doy cuenta de la magnitud de la estupidez a que la angustia me relega. Y sigo pensando.

Tirado en el espacio entre dos escaleras concisas del hospital, con mi campera puesta, sueña lo que las reacciones químicas de la drogas le dictan.
La campera me confunde: por un instante, creo que soy yo quien está ahí, tirado a la intemperie en ese sueño frío.

Viajado en una ambulancia acolchada por otra ciudad, que se ha vuelto siniestra, familiar, invisible, confortablemente insonorizada.

Todo termina, inexorablemente. Y sé que hay alguien que me quiere.

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