miércoles, septiembre 27, 2006

Ceibal


Veo, detrás de esta ventana, el ceibo que talaron hace unos meses. Veo sus raíces irreales hundirse en el cemento grisáseo que alisaron unos hombres de mameluco azul, cuando aún estaban esparcidas en el piso las flores como un vestidito rojo y desprolijo.
Lo veo y no lo veo. Puedo decir con palabras su impermanencia. Me ausento en los sonidos de las palabras que cuentan lo que ya no es. No soy yo el que relata la historia del árbol inexistente, sino el ceibo mismo, ya invisible, que alguna vez ocupó el espacio sobre el que se detenía mi mirada. No lo veo pero lo veo. Ahora hay un tambor de Texaco rojo y negro abierto al medio, un caballete de caño oxidado y unas plantitas tercas que crecen en los intersticios del cemento que ya se ha empezado a rajar. Y ahí está, superpuesto, el tronco martirizado con sus ramas y flores intactas, abundante en vida, inexpugnable, más presente incluso que cuando la vida lo recorría, más vivo que cuando alguien parecido a mí veía nacer primero sus flores que su hojas.
Existe meramente porque estas palabras en las que persisto en borrarme, lo nombran.
Y cada vez que lo nombran crean un ceibal.

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