jueves, noviembre 02, 2006

Prólogo imaginario del libro "Instrucciones para un fusilamiento"


Se citan nombres, es verdad, de diversas personas que estuvieron a uno u otro lado de las balas, pero lo que de cierto hace que este escrito sea literalmente devorado no es tanto ese anecdotario funambulesco en torno a presuntas luminarias fusiladas o fusilantes, sino la música que centellea, súbita, enigmática, a ciertos intervalos, en frases que en un primer análisis parecen meramente técnicas (id est, en el parágrafo 4.1.1.34 que explica en detalle cómo ha de rematarse en la sien a los sujetos que se resisten estúpidamente a las descargas de rigor).

Otro de los brillantes señalamientos de este trabajo depurado es que no es moco de pavo andar fusilando gente. Uno dice es fácil, pero no. Un abundante listado de bibliografía, entre la que no puede dejar de citarse el famoso Penderfield Procedure, el flemático y certero Cómo ahorrar balas en poblaciones indígenas periféricas y, sobre todo, el clásico de todos los clásicos, Muerte al atardecer, serpentea en el texto sin sobrecargar innecesariamente una exposición lúcida, didáctica y amena. Las citas y notas a pie de página no son sólo una autoridad en la que apoyar el propio razonamiento, ni una coquetería intelectual, sino un sutil entramado intertextual en el que afloran aquí y allá apologías, rechazos y regurgitaciones.

Uno de los tramos más sustancioso de este espléndido libro es el que explora las posibilidades estéticas, jurídicas y semióticas del mal llamado fusilamiento en defensa propia, que no debe ser confundido bajo ningún aspecto con el retrofusilamiento, o fusilamiento invertido. Las minucias de jurisprudencia hermanadas a las contingencias artísticas derivadas de este modus operandi brillan al vuelo de pluma versátil del autor, experto mundial en la materia.

Los detalles casi abstractos tales como la selección de postulantes, el posicionamiento rodilla en tierra, horas apropiadas para un correcto fusilamiento, calibres adecuados, uniforme a usar según la época del año, etc., son tratados con parsimonia profesional, pero sin alambicamientos ni barroquismos. Entendible para el común de los mortales, se traza en el apéndice, que curiosamente está al principio, una planificación estandarizada para que cualquiera pueda organizar un fusilamiento amateur en el fondo de su casa, sin mayores pretensiones, es cierto, pero con todos los detalles de un procedimiento profesional.

Pero si hay un mensaje diáfano que este libro nos deja, por paradójico que sea, es el siguiente: no hacen falta balas para fusilar a las personas de bajo poder adquisitivo.

Para la correcta intelección de lo que antecede se recomienda el abuso de alcohol, barbitúricos, enemas de jabón, sedantes o la visión ininterrumpida durante 3 horas (al menos) de canal 7. Esto tendría que estar arriba de todo, pero bué.

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