viernes, diciembre 29, 2006

Sin

El vello incipiente en la axila de una dama.

El sonido de un diferencial zumbante en la madrugada de Buenos Aires.

La risa contagiosa de una señora de más de 80 años, que aún no conozco.
Una Fender (cualquier modelo) americana.

Hace unos 30 años, cuando escuché por primera vez a Zappa.

Los tacos, a la siete y veintisiete de la mañana en Insurgentes y Ejército del Norte. Más que los tacos, el olor, seamos justos.

Cuando me dijeron: hay problemas, pero Santiago nació bien.

Madrid, el olor a fritanga en algunas calles de Madrid, hace muchos años.

Claro, claro, un especial de cantimpalo y queso en una playa, allá lejos, en Rianxo.

Una chica de vestido marrón, bailando quién sabe qué. Conmigo, desde luego. Y en el año 75.

Ahora.

Quienes no entienden lo que escribo, cómo me gustaría ser un beseler.

Una mallita celeste de "strech" que usaba a los seis años.

Los teléfomos que no suenan.

Mi buena letra, mi ortografía, que me hicieron escribir, increíblemente mal.

Las lágrimas, aquellas lágrimas.

Estas lágrimas.

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