viernes, junio 15, 2007

Frío


Frío en los pies. Es lo primero que recuerdo. Como si unos peces melancólicos, al buscar ansiosos la superficie, sólo se encontraran con una placa de hielo.

Frío que entraba por los pies, pasaba por el hígado, helaba el corazón y congelaba la cabeza. Y ya no tenía importancia qué cosas había hecho yo para llegar a ese estado. Recuerdo vagamente mis manos repartiendo panfletos. Quién sabe.

El frío lo devora todo, hasta las circunstancias que nos condujeron a él. Esa clase de frío que paradójicamente se intensifica con los movimientos que uno hace para erradicarlo. Y lo único que proporcionaba el trabajo en el campo, machacando piedras enormes con un martillito insignificante, era la presencia gris del aire gélido que, como un súcubo espectral, me poseía a mi pesar.

Calor. Ni mujeres, ni alcohol, ni comida. Calor, acercarme a una fuente de calor: eso era lo que guiaba mi vida. Lo que me mantenía respirando sólo era la lejanísima idea del calor. La cercanía del cuerpo de otro presidiario, por más mugroso y maloliente que fuera, era bienhechora únicamente porque proveía calor.

Aún hoy estos recuerdos me producen escalofríos.


La foto es del señor Varlam Shalamov.

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