jueves, septiembre 13, 2007

Fulbo



Juego al fútbol desde que tengo memoria. Siempre se ha tratado de un juego al que los años han ido agregando capas de sentido. Tengo la percepción de que puedo conocer a las personas a través de él. En el juego se ponen en escena actitudes que en otros ámbitos sociales se enmascaran. Transpirando detrás de la pelota veo con bastante claridad a los obsecuentes, a los soberbios, a los vanidosos, a los apocados, a los estúpidos, a las buenas personas.

Jugando al fútbol pude reconocer, en la práctica, mis idioteces y mis pequeños momentos sublimes.

Y como es un juego, cada vez que entré a una cancha, cualquiera que fuese, jugando partidos oficiales para algún club, o en partidos informales de tres contra tres, o en campeonatos dudosos de los que había que salir corriendo, siempre me convertía en niño. Siempre.

No era algo, de todos modos, de lo que yo pudiera tomar conciencia activa. Me transformaba, en muchos sentidos, en niño, y no podía darme cuenta de esa ucronía instantánea. Yo jugaba y el mundo se transformaba en un rectángulo de dimensiones variables en el que la poesía se dejaba ver de tanto en tanto.

Hasta ayer.

Ayer fue el primer día de mi vida en que entré a una cancha y ya no fui un niño.

El futuro ya no es lo que solía ser.


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