Sintaxis, hipotaxis, parataxis
Nuestra querida presidenta, la doctora Cristina Fernández de Kirchner, concurrió dos veces en este año a la institución pública donde revisto como supernumerario.
Veo, muy tarde en la noche, las imágenes que transmite un canal de noticias sobre la última visita. La presidenta en primer plano haciendo una serie de gestos optimistas y congratulatorios mientras un par de supernumerarios se mueven dentro del laboratorio como si estuvieran en el stand de una feria de ciencias de escuela secundaria.
El más joven, azorado, parece explicar algo que la señora presidenta simula entender. Más atrás, casi fuera de foco, el otro supernumerario manipula ante las cámaras una serie de artefactos que han costado un dineral, y seguramente serán empleados con fines extremadamente beneficiosos para nuestra patria.
Me fijo un poco mejor: las gafas, el bigote setentista, la postura, los movimientos del manipulador de esa aparatología presuntamente innovadora, me son conocidos. Sí, reconozco a ese técnico, pero hay un detalle que no puedo precisar y que me lo vuelve borroso y levemente siniestro.
Ahora sí, después de unos breves segundos reconozco ese jirón irreal que me vuelve extraño a este conocido: se ha teñido el pelo para la ocasión.
En el mismo canal, unos minutos después, veo en vivo la intervención de Morgado durante el “debate” de la ley de servicios de comunicación audiovisual. Cita a Bourdieu, que no por nada porta a dios en su apellido, señala la presencia de medios audiovisuales en el mismo instante en que se está discutiendo los modos de existencia que tendrá en el futuro, se vuelve a sí mismo una mera instancia de recursividad imaginaria (“…si se emplean unos minutos tan valiosos para decir unas cosas tan fútiles, tiene que ser porque esas cosas fútiles son, en realidad, muy importantes en la medida en que ocultan cosas valiosas.”, cita C.M.).
La cámara, otra cámara, en realidad, se aplica a transmitirnos, obviamente a instancias del director del show televisivo, a una señora sentada en una banca de diputado mientras Morgado desparrama ironías que nadie escucha. Debemos presumir, por tanto, que esa señora aburrida, desaprensiva y teñida de un rubio ultraterreno, es una diputada electa. Está aplicada con una intensidad escalofriante a jugar con su teléfono celular. Volvemos a estudios: dos zombies infradotados regurgitan obviedades que deben leer de sus apuntes.
Es fama que Sulaimán, luego de entrar por la fuerza en Constantinopla, se dirigió inmediatamente a la iglesia de Hagia Sophia, suspiró y decidió transformarla inmediatamente en una mezquita.
Sin suspirar, Kemal Atartuk la transformó en museo el 1º de Febrero de 1935.
Mi férvido magín me inclina a la percepción de que los tres acontecimientos están relacionados por similares acontecimientos procedimentales.
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