martes, diciembre 22, 2009

Merry christmas




Doxa

En la habitación de guardia de una clínica de nombre insultante, con S. en estado de inconciencia doblado en la cama como un origami mal hecho. Alguien con guardapolvo verde agua abre la puerta y entra arrastrando una camilla de confusa maniobrabilidad; en la camilla, un anciano enjuto y desdentado, con la boca desmesuradamente abierta y entubado por la nariz, araña los últimos destellos de vida. Me piden que salga. Salgo. Cuando la camilla vuelve vacía al pasillo, entro.
En la cama contigua a la de S. sólo un minúsculo y casi imperceptible movimiento ascendente y descendente de la sábana confirma que la vida sigue en su cuerpo. La sábana, que en realidad es una especie de mortaja, es blanca pero de tantos lavados se ha vuelto transparente y deja ver un cuerpo vendado hasta el infinito; unos lúgubres borrones dejan imaginar un diseño de funestas flores azules.
Me duermo despierto (hace dos días que no duermo), con la vista fija en un manchón de la pared que no se anima a resolverse en una forma distinguible. Pasa un rato de minutos incontables. El anciano comienza a emitir un jadeo regular que asocio a una expresión de dolor porque contiene, aproximadamente, los sonidos “a” e “i”. Pero puede ser resignación, o sorpresa, o indignación. Otra vez vuelve el silencio y otra vez el manchón de la pared que pugna por parecerse a algo reconocible, sin lograrlo. Fijo la vista en la mortaja, que parece haber detenido el movimiento ascendente y descendente. Miro con detenimiento la cara del anciano: abre tenuemente los ojos y emite un sonido para el que no hay vocales, ni consonantes, pero que viene, según mis cálculos, de un lugar que no conocemos. Sus ojos ya bien abiertos han quedado dirigidos a alguna mancha en el techo, seguramente. La mortaja de póstumas flores azules ha detenido su vaivén.
Creo que soy testigo involuntario de lo que algunas encumbradas figuras del show business intelectual han convenido en llamar “el efecto de lo real”.
Más tarde, cuando S. ha quedado nuevamente solo en la habitación conmigo, acuden citas presurosas, pretenciosas, preladas. Y, sobre todo ésta: aparta de mí este cáliz.

Paradoxa

Porque, como se dice habitualmente: “como en un sueño”, aunque podemos convenir que está muy bien dicho y, también, que ya es hora de poder decir simplemente lo que sigue a “como en un sueño”, entré en la pieza negra, a oscuras, entré y en un solo movimiento, a ciegas, uno solo, que no voy a adjetivar, para qué, fue solamente un movimiento, hice varias cosas escindidas de lo que estaba pensando.
Cuando el movimiento cesó, por haber cumplido sus múltiples cometidos independientes de la vigilancia de la mente, y ahora me veo escribiendo, lo que ocurre es que soy, o estoy, plenamente (o cualquier otro adverbio que se les ocurra, da igual) conciente de que estoy vivo. No sé si me explico.

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