martes, marzo 22, 2011

sentime una cosita: fácil no es




El colectivo se detiene en una calle tranversal de Liniers, barrio final, por el extremo oeste, de la Ciudad Sitiada de Buenos Aires. Hace un rato largo que viene deteniéndose, durante un lapso que parece mucho tiempo, cada diez metros, por decir. Ahora, entonces, es decir: en ese momento en que ocurrió, o sea ahora, ba, un hombre morocho, petiso, de camisa azul (acá interrupción por llamada de A., desde Misiones, para A., que no está, que ella lo vuelve a llamar mañana, pero que él no llame porque ella va a estar en un curso de piscicultura, no?, cosas así), pantalón gris, convengamos que de lejos, de tardecita y con mi miopía, que parecía impecable.





Miraba, completamente embelesado, un teléfono cuya pantalla resplandecía en su cara, dándole un aire casi beatífico. No sonreía a alguien: sonreía a causa de algo que, desde el teléfono, un mensaje, una llamada, un número, una foto, inundaba su interior con una felicidad tan intensa que el mundo exterior parecía inexistente a su alrededor. 




Se bamboleaba el petiso tecno-beatífico así como hace alguien inexperto parado en un bote sobre aguas muy poco amistosas. Entonces, ya más enfocado, veo su cara nítidamente roja, sudada, a punto de estallar, oscilando en una estática aureola amarilla con el clásico Pancho $ 3, en letras de un rojo viejo, desprolijo y casi seguramente desactualizado en su cotización.











Photos by: Mr. Fok-Hiu, copyright ® Foundation for fornication 2010. 
Tomadas en parajes de la provincia de Río Negro, en el marco de un relevamiento que para algo servirá, no sé.

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