jueves, noviembre 09, 2006

Natura morta con uva bianca



Sonido ambiente de cigarrillo consumiéndose.

Tenga un ecofuneral de alto impacto: entiérrese en un lugar solitario y déjese morir, para facilitar la recomposición natural del paisaje.

No. Decir siempre que no. Fijar el límite del deceso del lenguaje.

A alguien se le empiezan a morir partes del cuerpo, que hay que ir amputándole periódicamente antes de que se le descompongan. Me han sugerido que esto no es espontáneo, en el sentido de que el mismo cuerpo lo propicia, abandonando sus partes al devenir.

La mañana que no ves, el infierno que no ves, el silencio que no ves.

Según el saber popular el cuerpo humano tarda 9 meses en descomponerse, idéntico plazo que su gestación. Las palabras a veces tardan más. O menos. Y no se desleen en otra cosa, como la carne, sino en la misma, pero degradada.

En el cuarto informe del MOMAF (Ministerio coreano de Asuntos Marítimos y Pesca), publicado el 5 de abril de 2006, dice (no sé si textualmente, porque tengo serias dificultades con el idioma coreano): Más del 90 por ciento de los organismos mueren tras la desecación de la zona intermareal. Según los modelos de cálculo de los investigadores holandeses, en la mayor parte de la zona intermareal se produce una muerte masiva de los organismos por desecación o por efecto del agua dulce. La descomposición de estos organismos consume oxígeno. En el proceso de descomposición se liberan sustancias que sirven de abono a las algas y que pueden dar lugar a una fuerte floración de plancton. El fitoplancton muerto se incorpora de nuevo al sedimento, en cuya descomposición se vuelve a consumir oxígeno. Esta “reacción en cadena” conduce, en última instancia, a unas condiciones anaeróbicas.

De donde se desprende: ¿la muerte de un animal cualquiera, pongamos un fitoplancton, es equivalente a la de un ser humano?

Un cuerpo es una nación, y no a la inversa. Usa una misma lengua, pero no un mismo lenguaje; tiene un idéntico origen, pero es oscuro y compartido; notoriamente comparte consigo mismo un territorio, aunque en algunas ocasiones éste pareciera derramarse por el mundo. Las comparaciones suelen ser confortablemente idiotas: un cuerpo no es sólo una nación, sino un país, un estado, una región. Un mero estado de la mente.

Patriotismo y enchiladas.

La idea de que luego del final hay un renacimiento, de diversa índole según los casos, y ampliamente extendida en las religiones formales e informales, no es consolatoria sino, más bien, todo lo contrario. Pienso en volver a este mundo una y otra vez, incansablemente y sin mi consentimiento, y siento náuseas.

Lo parió, me puse cariacontecido. Uno de estos días me voy a fregolizar frívolamente leyendo 7 días, tomando sevenáp, videando Se7en, 8 ½ o The Ten Commandments.

Cita culta como cicuta, que nunca te falte en los vernissagés: el histriónico transformer italiano Leopoldo Fregoli (1867-1936), ha dejado escrito "El arte es vida, y la vida, transformación". De donde se sigue: un artista es un travesti. Quod erat demostrandum.

Se rumorea que la próxima cinta de Roberto Benigni tiene como título tentativo La morte é
bella.

Another to-do list, ain’t it?

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