martes, diciembre 05, 2006

Notas para una apología del aburrimiento






“El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo.“
François-Marie Arouet
(a.k.a. Voltaire)



Hagamos de necesidad virtud: como soy completamente incapaz de decirlo todo, dada mi notoria ignorancia, va de suyo que el aburrimiento que produzca este texto está anclado en mi natural inclinación a atormentar a la gente que me rodea hasta hacerlos bostezar al borde del desmayo.



Lars Svendsen, Emile Cioran, Epicuro, Bertrand Russell, Peyton Young, Søren Kierkegaard, Baudelaire, Giacomo Leopardi, bla, bla, bla. Fingiremos que somos gente cultivada y que hemos siquiera leido (no ya digamos comprendido) varios textos clásicos sobre la materia. Incluso podríamos intercalar, para darnos dique innecesariamente, algunos autores que en su perra vida han citado el tema.



En algún momento de mi vida voy a encabezar una turba que haga un par de piquetes violentos, aún no sé bien dónde, para protestar por la presunta exclusividad del latín (eventualmente del griego) como origen etimológico de la gran mayoría de los vocablos castellanos. No va a ser hoy. Aburrir: de abhorrere, tener aversión, aborrecer, entregarse con despecho a algún afecto, sentir horror. El prefijo ab connota cierta propensión al movimiento, algo así como dirigirse al horror. Algo así como moverse hacia la inmovilidad.



Mi inclinación a las ciencias ocultas, por ejemplo la metafísica, la astrología, la etimología y el fútbol, data de mi más tierna edad. De aquellas épocas doradas en las que el mundo no era esta ciénaga incandescente sino un murmullo vital de infinitas posibilidades, guardo la siguiente afirmación, por cuya defensa aún hoy soy capaz de irme a las manos: el aburrimiento (o sea, el horror) tiene que ver con el ahorro. Más allá de la estética rima interna, permítaseme no entrar a discutir esta afirmación.



SI quisiera justificarme, podría decir: aburrimiento deviene también del latín (p)orrigo: extender, exponer, arriesgar, perder, malgastar tiempo o dinero, tiña (enfermedad contagiosa que ocasiona la caída del pelo ), herpe (erupción cutánea).

Establezcamos que asociar ahorro y horror es una petición de principio del mismo orden que “existe algo que denominamos Dios, y que es infinitamente bondadoso”. La misma clase de arbitrariedad diarreica, digamos.



Iggy Pop tuvo un moderado éxito con su canción "I'm Bored". Durante sus performances en vivo se quitaba la ropa mientras cantaba de forma monótona "I'm bored, I'm the chairman of the bored".

El argumento obvio: el aburrimiento es uno de los más sublimes sentimientos humanos. Al no poder estar satisfecho con nada de lo que lo rodea en este mundo y en trasmundos eventuales; al considerar el espacio circundante como inconmensurable y caer en la cuenta de que todo es poco; al acusar a cosas, acciones y personas de nulidad e insuficiencia, todo esto inviste al aburrido del mayor signo de grandeza concebible. Ni siquiera el más allá insondable me consuela. El mundo me queda chico. Me tira de sisa.



“¿Cuál es la política del aburrimiento?”
Grafitti callejero en una pared de Buenos Aires.



Para seguir jodiendo con la etimología (que al final me gusta tanto, seamos honestos), y sin forzar demasiado los términos, se puede deslizar el hecho de que aburrimiento es el antónimo de entusiasmo. Como todos sabemos, entusiasmo “viene” del griego y quiere decir, más o menos, “tener a Dios adentro”. ¿El aburrimiento será algo así como tener el diablo adentro? ¿Ahorrar sería un pecado, entonces?



¿Cuál es la mejor foto que no sacaste?



El argumento aburrido: el aburrimiento neurótico resulta de la desaparición de la meta pulsional, con lo cual la persona aburrida busca un objeto que lo ayude a encontrar la meta de la que carece. Sabe que quiere algo, pero no sabe qué. A diferencia de la apatía, en el aburrimiento hay entonces intranquilidad, tensión y hasta irritabilidad.

Como dice Cioran: los charlatanes no frecuentan farmacias.

Tarea para el hogar: analizar la teoría de los medios superyoicos del “buen encauzamiento”.

La explanación del sentido del aburrimiento contemporáneo tenemos que buscarla, forzosamente, en los medios contemporáneos de intercambio masivo. Internet, y a la sazón, el surgimiento de las muchedumbres instantáneas que propicia, es el médium perfecto para canalizar el tedio globalizado y falsamente democrático. Internet aburre. Y las ciberturbas, convengamos, están lejos de ayudar a que prenda la revolución, no porque la mera acumulación de individuos presuponga el encendido de alguna chispa, o sea en sí misma una potencial fuerza revolucionaria, sino porque la ceguera pragmática no proviene estrictamente del aburrimiento sino de la mera estupidez.

Le podemos advocar a la Internet, con benevolencia caritativa, y sólo en ciertos pliegues periféricos, el adjetivo “rebelde”, jamás el de “revolucionario”. La masividad permitida por los micro poderes dominantes siempre es, o bien consolatoria, o bien dormitiva.

¿Anarca? Tal vez, si sólo nos encontráramos con esta clase de acontecimiento, basado sólidamente en el aburrimiento: un día de junio de 2003, en Boulder, Colorado, EEUU, una ciberturba se reunió a las 16.28 en punto. Señalando el cielo gritan: Es un pájaro. Es un avión. No, es Superman. A las 16.38 se dispersan sin mayores incidentes.

El argumento Kierkegaardiano: el mundo existe gracias al aburrimiento. Dios estaba aburrido y creó al hombre. El hombre estaba aburrido y reclamó la creación de la mujer. La mujer finalmente se aburrió (no tenía amantes a mano) y allí hizo su aparición la serpiente. Y así ad nauseam.

No soy dios, eso lo tengo claro. Cuando me aburro sólo suelo tomar mate y papar moscas. Como ahora.


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