viernes, noviembre 27, 2009

Fragmentos argentinos redux (Águila 5)

27 de agosto

¿Puedo imaginar un mundo en el que yo ya no esté? El mismo mundo, pero sin la presencia de mis sentidos para percibirlo, es una imagen posible para mí, porque de una manera que aún no soy capaz de explicar con palabras, creo que yo voy a seguir existiendo. Tal vez de un modo desconocido o absurdo, o a través de otro ser que sea yo y otro a la vez. La mismidad de lo mismo, un otro yo que soy yo. Un doble que sea yo.
La copa piramidal del cedro, de la que apenas puedo ver un fragmento desde mi ventana, se mece, misteriosa, en el aire caliente de la noche. Su color verde oscuro llega a ser negro ahora. Me han dicho que es originario del Himalaya y lo creo, porque hasta su forma lo semeja. Lo miro y veo en él a alguien conocido. Alguien que ha pasado por un cuerpo y ahora es el cedro familiar, de punta mocha, bajo cuya sombra leo, duermo o pienso. Esta idea me reconforta: siquiera unas células de otro ser que circulen por su savia ya son para mí la certeza de un mundo mejor. Si yo volviera en la forma de cedro sería feliz.

28 de agosto

El secreto de la vida reside en que cada uno debe coser su camisa, ha dicho madre hoy durante el almuerzo amenazado por nubarrones grises. Tío Ignatius asintió con gravedad mientras encendía su pipa de espuma de mar. Yo casi estaba por acordar con ella, pero el gesto de tío Ignatius me predispuso en contra y callé mi asentimiento. Pero es la verdad más pura ya que en estos tiempos no contamos sino con nuestra propia piel, con las historias que nos contamos a nosotros mismos intentando adormecernos o despabilarnos, o siquiera sin saber por qué lo hacemos, pero siempre imaginando algo que nos mantenga junto a nuestro ser.
Encontrar toda la sustancia de la vida y todo el significado de la realidad en un solo deseo insensato, relatar la historia, muchas veces imaginaria, de una desesperación. Es inútil decirme a gritos que tal cosa es imposible, que incluso su realización lleva a su contrario absoluto, el silencio, cada vez más cercano, más conocido.
Hace calor. El viento se queja como un violín desafinado. A la tarde vi a Ilse, durante un instante doloroso e interminable, en la plaza del pueblo. ¿Es posible evocar con palabras el dolor de la certeza de una separación definitiva? Hablábamos de otras cosas y sus dos ojos, claros como el cristal, me decían "Lo irremediable se acerca, despidámonos ahora". Yo sufría y sonreía. Nos despedimos hasta mañana con la tristeza de saber que era para siempre.
Veo ahora, más allá del desorden del campo, atrás de las casas dispersas y los árboles, algunas luces del pueblo, poseedor de otra clase de desorden, menos evidente. El camino, entre el campo y el pueblo, se parece, entonces, a mi espera. Los pasos me llevan de un caos a otro.

29 de Agosto

Tardé muchos años en acostumbrarme a la idea de que no tenía padre. Ese lugar vacío fue ocupado, poco a poco, por mi tío Friedrich. Hoy recibí una carta de su amigo Theodor en donde dice que tío Friedrich se ha suicidado en un cuartucho perdido en la frontera entre Francia y España. Se pegó un tiro en la frente.
No se sabe nunca cuándo se nace: el parto es una simple convención. Muchos mueren sin haber nacido. Tampoco sabemos quién es nuestro padre, hasta que alguien muere y sentimos, en ese instante, que nos hemos quedado huérfanos.
Como un niño que sale, ensangrentado y atónito, de esa noche oscura que es el vientre de su madre, no pude hacer otra cosa que echarme a llorar: en el mismo momento de nacer había descubierto que mi padre, recién manifiesto, ya estaba muerto.
Mi tío Friedrich, muerto. Mi padre, muerto. Yo, solo, en el medio del torbellino caótico, una pálida sombra arrastrada por las corrientes subterráneas que no figuran en los mapas, aquí, en mi habitación llena de noche y calor, arrastrando una pluma gastada sobre un cuaderno manoseado, intento explicarme qué está pasando y no encuentro las palabras. No hay palabras para lo que ocurre. Recuerdo el cosquilleo del bigote de tío Friedrich y ese único recuerdo me atormenta, me persigue como un fantasma ingrato; llena, con la pura sensación, el sentimiento de vacío que sube, doloroso, desde que recibí la noticia en la hora de la siesta.
Las horas pasan lentas. Estuve oyendo el llanto apagado de mamá recorriendo la casa y el carraspeo grave de tío Ignatius durante todo el día, mientras el sol iba bajando hacia el bosquecito y yo recordaba los momentos de alegría que pasé con tío Friedrich cuando no estaba de viaje.

30 de agosto

Hoy llegó el telegrama. El águila lo presidía. Después de algunas palabras previsibles mi nombre centelleaba. Me costó un poco descifrarlo; parecía mal escrito.
Es de noche, muy tarde, y estoy cansado de todo.

31 de Agosto

Basta de palabras. Solamente un gesto. No escribo más.

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