jueves, julio 01, 2010

La verdadera naturaleza del mundo, trapos y escobas




Escribo con tinta violeta, una mezcla, detrás de ésto, la lista de compras. Después de supra, nada.


Ya me ha venido la idea de dejar una carta escrita en el cajón de mi mesa de luz (qué linda expresión: mesa de luz. Ese objeto mueble, cualesquiera que fuese; cajón de manzanas, de algarrobo, caja de cartón, que llamamos, sólo por su función, mesa de luz. Y que nos lleva a algo pequeño, útil, íntimo, fugaz y esencial).


El jogo bonito, al igual que el cuba libre, se extinguieron, por demodeés, a mediados de la década del 70. Lo que experimentamos ahora de ellos, del jogo bonito y del cuba libre estoy hablando, no es sino reliquia, fósil o parodia.


el pájaro

baja a la canaleta

desaparece



Tiendo a la pereza. Y supongo que la humanidad ha sobrevivido en el tiempo gracias a esa virtud.


Una pelota pega en el travesaño. El arquero, rubio, angelical, pero con mirada de caníbal, acciona los músculos de sus piernas, empieza a levantar las manos como si quisiera auxiliar con ese movimiento el inicio del vuelo hacia atrás, ya inútil desde el mero instante en que el botín del adversario astuto le pega a esa pelota, que ahora cae detrás del rubio perverso y pica, escondiendo en esa placidez imaginaria producida por el hombre el engaño que el pique consuma sin contradecir en absoluto las leyes de la física, en general, y del billar, en particular, unos 50 centímetro detrás de la línea de gol, y luego cae, impecable en su precisión, en las manos del arquero que, olvidando instantáneamente lo que acaba de ocurrir ante sus ojos hace fracciones de segundo, prosigue la acción del juego con la naturalidad de un cafisho. Luego de conciliábulos arbitrales propios de un guignol, el gol evidente no se convalida.

De lo cual: a veces ocurre, pocas, es cierto, pero podemos conjeturar su ocurrencia eventual, que los límites formales no son los límites de la existencia. La vida se sigue jugando bastante más allá de la ley. La gambeta de Cubilla un metro afuera de la cancha que concluye en centro y gol (creo que en un Uruguay-URSS de México 70), no me deja mentir.


Oigos estornudos cerca: la misma extrañeza de siempre ante los movimientos involuntarios ajenos. Como si un animal prehistórico se hubiera adueñado de su cuerpo, el ajeno, ¿no?.


Es inexorable: cuando uno empieza a decidir (y decir) que en otra época la música era "mejor" que las generalizadas excrecencias auditivas actuales, puede estar ocurriendo algo, interiormente, que podríamos calificar de muchos modos muy diversos. Pero algo es irrefutable: el tiempo ha pasado, por decirlo de alguna manera.



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