viernes, octubre 29, 2010

Acá iría el título, ponele




Detrás de un papel estraza (pero, por qué siempre detrás de, no?) con la cuenta de la verdulería, de la que ya podemos extrapolar datos y postular la notoria afición del maestro por el guacamole, abajo, a la izquierda, medio en diagonal, escrito con caligrafía firme, convencida: qué boludo.
Este documento, encontrado al fondo de la mesita de luz junto a otras pertenencias íntimas que no viene al caso enumerar (pero, qué significarían esos pares de aritos tan minuciosamente guardados dentro de un frasquito de vidrio, no?), es uno de los escritos más significativos de entre los hallados póstumamente en una de las innumerables casas, carpas, departamentos, hoteles, ranchos, camionetas, albergues, en fin, en que el inconmensurable maestro Fok-Hiu pasó sus noches durante los últimos meses de su ajetreada vida.
Habría que agregar, tal vez, que no existe consenso unánime en la atribución de este escrito extraordinario a favor del maestro. Algunos expertos polígrafos japonólogos se inclinan por atribuírselo a su hija adolescente (la de Fok-Hiu), Lu-Hiu, quien por esos días vivía con su padre, (a quien las celestes esferas su rostro dore), en un PH de dudosa procedencia pero magnífico atavío.

Qué hacer. Responder satisfactoriamente esta pregunta (aquí se interrumpe unos minutos: llamada telefónica de J, de la cual extraigo el concepto “economía = problemas, muchos problemas”) es la vía al bienestar. Organizar, es la primera respuesta que nos brinda el señor Владимир Ильич Ульянов. No estaría nada mal empezar por ahí, ponele. Y luego de responder la pregunta, hacer, no?

Dentro de unos días voy a estar en un lugar que no sé dónde está, no sé cuál es, no sé si existe. No me confunda, che pastor.

El frío obliga a vivir.

Demasiados documentos para leer, demasiados informes que redactar, demasiadas llamadas telefónicas que hacer, demasiados trámites burocráticos. Sólo me falta pedirle a mi albacea que queme todo lo que he escrito para volverme célebre.

Un escolio: el Secretario de Desarrollo Económico de la Municipalidad de M., Provincia de M., Lic. J. De A., vio muchas películas protagonizadas por el señor Bruce Willis, con resultado desalentador.

Entonces hay que subir, un sábado a media mañana, el monte. Subir por arena, tierra reseca, piedra y plantas pinchudas, al principio en líneas casi rectas, interrumpidas sólo por matas o piedras grandes, y después ya dando vueltas, tanto, que al mirase los pies uno podría ver, si quisiera, pasos de baile; pero no, es el adaptarse del cuerpo a la pendiente, pasos contradictorios en el llano y allá arriba, imprescindibles. Resoplo ya al pie de lo que va a ser mi pequeña cuota de sufrimiento diario: el aire y su falta, la altura, el cigarrillo, la maratón, la vanidad. Y viento. Y gente que va subiendo.
Sólo tras el último paso, cuando ya seguimos subiendo sólo por vanidad, se ve lo del otro lado: una meseta amarillenta, manchoncitos negros cada tanto, montes brumosos, montañas con nieve más atrás: unas, ponele doce, salvapantallas para Güindous. Nada más. La gente, desde ahí arriba, ni se distingue.

Desde acá abajo, sí. Desprolija, excéntrica, pero visible.


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